Rafael Reyna, La pregunta por la verdad en la filosofía aristotélica  -En el juicio sí se da la verdad. El entendimiento es verdadero o falso cuando éste juzga a la realidad. Por tanto, a modo de definición se podría decir que la verdad es la conformidad del cognoscente con lo conocido en acto. De esta forma, cuando tiene lugar la simple aprehensión, entonces, no se sabe si éste es verdadero o falso, pues esto se conoce cuando se juzga, la adecuación del conocimiento con la cosa se da en el juicio. Por tanto, al decir “este perro es blanco” la verdad de éste juicio ¿Ésta en ese mismo juicio o está en otro ulterior como puede ser “es verdad que el perro es blanco”? Si la verdad se encontrase en el segundo caso, entonces, se dispararía un proceso al infinito que dejaría en suspenso el conocimiento humano. Por tanto hay que admitir una dimensión reflexiva de la verdad. Para saber si “el perro es blanco” es un juicio cierto, entonces, habrá que emitir una metaproposición sobre éste o conocer la naturaleza del propio entendimiento que forma los conceptos de “perro” y “blanco”. Aristóteles señala que el intelecto es capaz de hacerse todas las cosas y no ser ninguna de ellas, ésta es su naturaleza. El problema de la naturaleza del conocimiento humano surge de la siguiente aporía “si se conoce lo semejante por lo semejante y lo distinto por lo distinto, entonces, para conocer el fuego hará falta fuego”. Así, en el conocimiento sensible, hace falta que haya algo de lo sentido en el sentir y esto para los griegos es así. Pero, más aún, para conocer la propia esencia de una cosas hace falta que el intelecto se haga dicha cosa y, además, tiene que seguir siendo tal cosa. El intelecto agente, según Polo, se abre, por tanto, al ámbito de lo irrestricto en tanto que puede hacerse todas las cosas. La influencia de esta teoría en la filosofía: Durante la Edad Media, está teoría era canónica hasta que apareció el problema de los universales y, con él, el nominalismo de la mano de Scoto y Ockham. Según el nominalismo, lo que se conoce de las cosas es sólo un mero nombre (nomen, nominis significa nombre en latín). Al acabar al Edad Medieval, existía, según Descartes, mucho desorden por las diversas teorias que había en la época. Descartes, pretendiendo ser absolutamente objetivo en la creación de sus sistema filosófico cree romper con todo al introducir al comenzar con la duda metódica. Descartes dice “Asimismo, el número, considerado en general, sin hacer reflexión sobre alguna cosa creada, no es fuera de nuestro pensamiento al igual que cualquiera de las otras ideas generales que, en la escuela, se denominan universales” “ Y puesto que comprendemos bajo un mismo nombre las cosas que son representadas por esta idea, también este nombre es universal”. Aparece pues en Descartes un nominalismo latente. Aun así Descartes va más allá: Desde Platón se había considerado que la claridad de la idea está en la idea misma, para Descartes, la claridad de la cosa depende de quien la capte (recuérdese la primera regla del método: “No admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es (…) y no comprender en mis juicios nada que no se me presentase clara y distintamente”). La verdad aquí depende de la claridad y distinción con la que el sujeto las capte, se introduce pues la subjetividad como condición de la objetividad, o sea: para que sea verdadero, tiene que serme claro y distinto. Descartes es, pues, voluntarista. En Spinoza sigue en pie esto y de las cosas solo se puede conocer la forma en la que afectan, pero nunca su esencia. Así, el siguiente paso que se da en la historia de la filosofía viene de mano de Kant. Para el pensador alemán la causa del conocimiento se encuentra en el propio sujeto trascendental. Lo que veíamos en Descartes como un mero cambio de criterio, ahora comprende toda una gnoseología. Ahora, lo subjetivo (las intuiciones a priori del espacio y el tiempo y las categorías) es el fundamento de todo conocimiento objetivo.