Rafael Reyna, La pregunta por la verdad en la filosofía aristotélica
d)
El ente como verdadero y el no ente como falso. Lo verdadero coincide con lo real y lo hace
presente al conocimiento “pues no están lo falso y lo verdadero en las cosas, como si lo bueno fuese
verdadero y lo malo falso, sino en el pensamiento; y, en relación con las cosas simples y con las
quididades, ni en el pensamiento”
En esta última forma de decir el ser es donde subyace la solución de Aristóteles al problema
anteriormente mencionado. Para el estagirita la verdad es algo propio del pensamiento, está en el
pensamiento y no en la realidad, esto es, la verdad es verdad en cuanto conocida, esto es, bajo mi
conocimiento, en suma, no es extramental. No existe la verdad independiente del conocer. Esto trae
consigo grandes implicaciones que intentaré explicar de manera axiomática para no incurrir en
errores.
Aunque sólo el término “axioma” necesita de explicaciones intentaré esbozar una definición que
satisfaga las necesidades de la propuesta que plantea Aristóteles. Llamaremos axioma a aquello que
el estarigitia identifica, en su lógica, como la primera verdad, esto es, algo indemostrable, es decir,
evidente. Más que primera verdad se debe llamar dignitates Supondremos que existe tal verdad ya
que, sin ella, quedaría en suspenso todo el conocimiento humano.
El acto de conocer:
Habiendo señalado ya que el ser como verdadero acontece sólo en el pensamiento el siguiente
punto a estudiar será, por decirlo así, su ratio essendi, esto es, de dónde sale o, más bien, a qué se
debe.
Parece obvio, en primer lugar, que si el ser como verdadero se encuentra en la mente sólo tenemos
dos posibilidades para salvar tal escollo, a saber: O el ser como verdadero ya estaba ahí (innatismo)
o, por otro lado, ha llegado a la mente a través de algún tipo de acto. En Aristóteles la solución,
digámoslo así, tiene un poco de las dos, pues en el hombre hay algo previo al acto de conocer que lo
posibilita y, por otro lado, hay algo que aparece junto con el acto de conocer.
En primer lugar estudiaremos el acto de conocer. Para el estudio de esta actividad recurriremos a la
distinción de dos acciones, a saber: las acciones transitivas (praxis ateleia) y las acciones
inmanentes (energeia). Estas dos nociones surgieron a raíz de unas discusiones acerca de la felicidad
ya en Platón. Para el ateniense, la felicidad se basa en la posesión de bienes pero dichos bienes
pueden estar en la posesión del hombre de dos formas. En primer lugar, almacenados, en potencia, o
siendo disfrutados, en acto. Es claro que al hombre no le basta con tener muchos bienes sino que
además, para ser feliz, tiene que usarlos y esto no puede ocurrir a costa del hombre, esto es,
siguiendo a Aristóteles, nadie quiere ser feliz sin darse cuenta. Así pues, lo necesario para ser feliz es
estar despierto, más aun, siendo consciente de los bienes que disfruto, es ejercer la inteligencia en
acto. Realmente la felicidad requiere de algo más, pero, no es éste el tema ahora.
Surge aquí la necesidad de recurrir al célebre texto no traducido por Moerbeke de la Metafísica.
“Así, pues, de estos procesos, unos pueden ser llamados movimientos, y otros, actos. Pues todo el
movimiento es imperfecto: así el adelgazamiento, el aprender, el caminar, la edificación; éstos son,
en efecto, movimientos y, por tanto, imperfectos, pues uno no camina y al mismo tiempo llega, ni
edifica ni termina de edificar, ni deviene y ha llegado a ser, o se mueve y ha llegado al término del
movimiento, sino que son cosas distintas, como también mover y haber movido. En cambio, haber
visto y ver al mismo tiempo es lo mismo, y pensar y haber pensado. A esto último llamo acto y a lo
anterior movimiento.”