Resumen: ponencia pronunciada por el prof. Dr. Juan A. García González en el I Simposio Jóvenes Filósofos de Málaga celebrado el 17 de abril de 2009 en el Ayto. de Alhaurín de la Torre. En este trabajo se analiza la actual crisis económica desde una perspectiva antropológica que presta atención a la persona, las relaciones interpersonales, la libertad, el futuro y otras dimensiones humanas.
  Claridades. Revista de filosofía
  
Sumary: Paper enounced by prof. Ph.D. Juan A. García González at the I Young Philosophers of Málaga Symposium celebrated April 17, 2009 at Alhaurín de la Torre Town Hall. In this work the current economic crisis is analyzed from an anthropological perspective that pays attention to the person, the interpersonal relationships, freedom, future and other human dimensions.
Persona, crisis, libertad, futuro
  Person, crisis, liberty, future 
I. PRESENTACIÓN
Seguro que hoy, reunidos aquí para tratar de la tan manida crisis que nos afecta, vamos a escuchar ideas y propuestas muy interesantes. Sé que alguno va a decir que crisis como la actual son en el fondo crisis de la teoría, de la supremacía del pensar humano, marginado hoy por una imperante actitud pragmatista. Sé también que otros van a decirnos que crisis como la presente son en definitiva crisis de valores, expresión de la desorientación humana ante la diversidad y variabilidad de los tiempos presentes, es decir, ante la complejidad de nuestro mundo actual. Y otros finalmente nos dirán que la crisis es fundamentalmente económica, y que es al liberalismo y al capitalismo económicos a los que hay que acudir para entenderla y solucionarla. Me consta que de esto y de mucho más vamos a hablar aquí.
  Pero yo les voy a proponer que lo  propiamente crítico es la libertad humana; porque a ella le corresponde aprobar  o rechazar: sí o no; y cuando dice no… se aventura tormenta. Kierkegaard, que  era un buen psicólogo y conocedor de la humana naturaleza, tituló uno de sus  escritos Aut, aut (Enten-Eller 1843) que se ha traducido  como O lo uno o lo otro. Yo creo que  aún es mayor la alternativa propia de la libertad personal: es el sí o el no;  la afirmación y la admisión, o la negativa y la catástrofe.
  Por ejemplo, yo, cuando me jubile -si  llegare a ello-, quizá quiera vender mi casa, ésa que llevo pagando buena parte  de mi vida. Y entonces, si alguien me dice que sí, que me la compra, tendré una  jubilación plácida; pero si todo el mundo dice no, y no la puedo vender, me  quedaré con mi pensión malviviendo: estaré en crisis.
  Lo  crítico, digo, es la libertad. Ello es compatible con el hecho de que además la  economía sea cíclica, y a una temporada de vacas gordas, solemos decir, suceda  otra de vacas flacas. Yo creo que, efectivamente, esto es intrínseco a la  economía: porque la riqueza se produce… y se gasta; y se vuelve a producir… y  se vuelve a gastar. Siempre hay primeros de mes, y finales. Algo así pasa  también hoy: ¿cómo se van a vender tantos coches como se vendieron los años  inmediatamente pasados, si ya la mayor parte de los conductores cambió de  coche?, ¿cómo se van a seguir vendiendo casas, si casi todo el mundo tiene ya  una?, o ¿cómo se van a seguir vendiendo móviles, si hay ya más de uno por  persona?
  La actual crisis económica es  compleja, pero uno de sus factores es, sin duda, éste: hemos llegado a un  cierto tope, porque la economía atraviesa ciclos. Quizá, por ejemplo, en el  desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación (informática, móviles,  digitalización del mundo multimedia, etc.), que han activado la economía estos  últimos años, se haya llegado a un tope (aunque en España aún no he visto, como  en América, teléfonos con doble tarjeta, para usar con dos operadoras). Por eso  el G-20, en su última reunión, decidió impulsar las energías renovables como  foco de activación económica; habrán oído hablar de ese inmenso parque marino  de aerogeneradores que el Reino Unido planea cerca de Escocia. Obama también  piensa en algo similar.
  Con todo, insisto, lo crítico es la  libertad; y la economía atraviesa crisis porque es algo humano, que queda bajo  la libertad, y no es una realidad técnica o física, que se componga de cosas:  productos, balances, redes de distribución, mercados, etc.; sino algo humano,  de relaciones interpersonales. Teorizaré un poco para profundizar en esto.
II. LA PERSONA Y LAS RELACIONES INTERPERSONALES
  Si comparamos el ser con la acción, creo que tendremos  que distinguir dos clases de seres. Unos, los seres naturales, son aquellos que  para mantenerse en el ser necesitan actuar; aquellos que actúan de tal modo que  sin la acción no son, porque –por decirlo así- son lo que hacen. La naturaleza,  en efecto, se define como el principio interno del movimiento; es un dinamismo  que da lugar, que hace nacer, cosas; o una causa que tiene unos efectos. Dejar  de actuar es, para los entes naturales, dejar de ser.
  Pero las personas somos seres que no nos reducimos a  nuestra acción; la ejercemos si queremos, y si no, no; y aunque la hagamos, no  nos agotamos al hacerla, no nos reducimos a la conducta, ni consistimos en desplegar  un papel. La acción humana puede, en efecto, ser simulada, o puede también ser  rectificada; muestra en ello que se separa de la persona. La persona se reserva  respecto de su acción; así es dueña de ella, y por eso es libre.
  No es libre, porque produzca su acción igual que los  seres naturales, pero libremente, sin fundamento o razón previa, sin causa  antecedente. Es libre, porque desborda su acción, no se agota ni se mide por  ella. La pone si quiere; y lo haga o no, ella queda un tanto al margen de lo  hecho.
  ¿Por qué ocurre esto? ¿Para qué la persona se reserva y  distancia respecto de su acción? ¿Qué sentido tiene la libertad humana? Todo  esto ocurre para que la persona se abra a la coexistencia interpersonal. Y, por  enmarcarse en esa coexistencia, las acciones humanas tienen un sentido  peculiar, de intercambio entre personas que coexisten. Al actuar hacemos algo  para alguien. Y esto inevitablemente; quiero decir, por muy egoísta que uno  sea: lo que hace siempre tiene destinatarios, afecta a los demás, se produce en  un ámbito social. La acción en la naturaleza no se explica sin causa, sin  agente. En cambio, la acción humana cuando no se explica es más bien si carece  de destinatario, si no repercute en nadie. El sentido, pues, de la libertad, de  que la acción humana no sea un despliegue mecánico o automático del sujeto, es  éste: la apertura a la relación interpersonal.
  Estas someras consideraciones antropológicas vienen a  cuento de que la economía es una ciencia humana, estrictamente humana; porque  precisamente es la ciencia que versa sobre un tipo de relaciones  interpersonales, las mediadas por el dinero.
  Aristóteles, sin entenderla como lo hacemos hoy porque la  reducía a un ámbito meramente doméstico, en cambio la sitúa como una  continuación de la ética individual: ética, economía y política son las  ciencias prácticas. La economía es, pues, una ciencia práctica; que trata de la  acción humana, y tiene un referente colectivo. Si la persona lo es en orden a  establecer relaciones personales, la economía es entonces una ciencia muy  humana, o un arte enteramente liberal, una parte muy importante de la  antropología.
  Como ciencia humana que es, la economía no es un saber  matemático, una ciencia exacta; ni un saber sobre las cosas. Esa definición de  la economía como la administración de recursos escasos, porque si la riqueza  fuera abundante no habría por qué economizar, es en mi opinión completamente  inadecuada. La economía es una ciencia humana, porque se ocupa de un tipo de  relaciones interpersonales, aquéllas que están mediadas por el dinero. No todas  las relaciones humanas son económicas, pero algunas sí: aquéllas en las que hay  dinero por en medio; que lo haya, no debe ocultar que se trata de relaciones  entre personas.
  Que el dinero medie en las relaciones personales es algo  que puede extrañar, e incluso verse como malo, inconveniente. No solemos  entender, por ejemplo, como parecidas, o no nos merecen el mismo juicio, las  relaciones sexuales contraídas en el seno del matrimonio, por amor o para  engendrar, que las llevadas a cabo por dinero. Seguramente no todas las  relaciones personales puedan someterse a precio, y a economías. Pero algunas  sí. El dinero no ennegrece las relaciones entre las personas, sino que es  imprescindible en muchas de ellas.
III. EL DINERO
  Conviene entonces  que pensemos un poco en el dinero.
  No acepto esa acusación de materialismo con que se  desprecia el vil metal. Lo materialista quizá es el trueque, el intercambio de  cosas unas por otras. Pero precisamente el dinero es un ente ideal para equilibrar  los intercambios. Como la palabra, es un instrumento universal, que nos permite  homologar cosas heterogéneas. Y, como la palabra, por ser ambas cosas ideales,  el dinero está en el orden de la posibilidad; más que la realidad del billete  de papel, como más que las letras que la palabra contenga, lo importante es el  significado. Lo propio del dinero son las posibilidades que permite: lo que se  puede pagar con él.
a) Formas de dinero:
  Suele decirse que hay tres clases de dinero: el  monetario, el financiero y el capital.
  El dinero monetario es el dinero más real, quiero decir  el dinero actual: billetes y monedas. Observaré que antiguamente, y según  cierto ideal, ese dinero se correspondía con las reservas acumuladas en un  depósito: con el oro u otras propiedades de valor. Muchas denominaciones de  monedas tienen que ver con ello: el peso, la peseta, la onza, la libra (pound), la lira, etc. Hoy, en efecto,  acusamos a los bancos de prestar más dinero que el que tenían, o a las empresas  de invertir más capital del que podían respaldar.
  El dinero financiero, en cambio, es en cierto modo  irreal, inexistente; es el apunte contable: entradas y salidas. Como ingreso  diez en el banco, me cobran tres de un recibo, tres de otro y tres de un  tercero, sólo me queda uno. Pero en el banco no siempre hay dinero en efectivo;  porque las entradas y salidas se compensan con otras salidas y entradas, y a  veces todo queda en nada. Para eso existen las cámaras de compensación  interbancarias. Y cuando el Madrid ficha a Woodgate del Newcastle por 20  millones de euros, y al año siguiente vende a Owen al Newcastle por otros  veinte, lo más probable es que no se haya movido ningún dinero real. O si el  Newcastle debía a la Juventus, y ésta al Oporto, lo que el Oporto debía al  Madrid; es incluso posible que haya fichajes entre clubes al solo objeto de  saldar cuentas pendientes.
  Finalmente el capital es el dinero que genera dinero. La  diferencia entre la agricultura y la ganadería es ésa: que el terreno produce  frutos; y quizá se le pueda sacar más partido a un terreno multiplicando el  número de cosechas al año, o mejorando artificialmente el fruto, pero el  terreno sigue siendo el mismo. En cambio, el ganado no sólo da sus productos  -la leche, la lana, etc.- sino que se reproduce, y se incrementa numéricamente:  crece y se amplía. Pues con el dinero ocurre lo mismo, como descubrieron los  judíos hace mucho tiempo: que, con intereses, puede aumentarse la provisión  inicial y capitalizarse.
  Parece ser que Marx, de los primeros -y más primitivos-  teóricos del capital, ordenó estas tres formas de dinero en el orden en que las  he enunciado: dinero efectivo, financiero y capital. Por eso pensó que la plus  valía del empresario, no sólo era injusta, sino proclive a acumularse  reduciendo el número de sus poseedores, de los capitalistas, hasta que fueran  tan pocos que se produjera la revolución y llegara la sociedad sin clases.
  Y parece ser también que el tiempo ha demostrado que esas  tres formas de dinero se han ajustado según otro orden: primero el dinero  monetario, después el capital y finalmente las finanzas, el dinero más irreal y  nominal. Nuestra crisis económica actual es una crisis financiera. Hablemos un  poco de ello.
  Decimos que lo propio del dinero, como algo ideal que es,  son las posibilidades que permite. El dinero está en el orden de la  posibilidad; y en ello muestra ser una obra del espíritu, y no una realidad  material. Como ficción ideal que es, el dinero modula el tiempo de una curiosa  manera.
b) Dinero y tiempo:
  Con el dinero se produce, básicamente, una mudanza del  presente por el futuro. Porque al trocar una cosa por otra, cambiamos un  presente por otro: tenía un bolígrafo y se lo he cambiado a mi compañero por el  suyo: ahora tengo otro bolígrafo. Pero si en vez del trueque material, asigno  un precio a mi bolígrafo, pongamos 5€, y lo vendo; entonces he cambiado mi  presente por un futuro posible: porque con los 5€ yo podré tomar un café, pagar  el aparcamiento, comprar un lápiz en vez de un bolígrafo, o lo que sea.
  Incluso más: el dinero no sólo muda presente por futuro,  sino pasado por futuro. Porque me habrá costado un tiempo conseguir las  propiedades que pongo en venta. Las cosechas son anuales, o quizá semestrales:  tardan un tiempo en lograrse. Luego se venden y el agricultor puede vivir la  temporada siguiente. El petróleo ha tardado siglos en formarse; es un pasado  demasiado largo como para volverlo a producir; y por eso no podemos  dilapidarlo: su consumo es limitado, porque las reservas se agotarán.
  Presente o pasado se mudan por futuro. La forma más  elemental de capitalización es ésa: la futurización. Si no sólo compro tu  producción actual, sino la futura, la de los próximos años, he creado un valor  irreal; porque la producción futura es aún inexistente. Pero este tipo de  capitalización está a la orden del día.
  Por ejemplo, durante el pasado año el precio del petróleo  osciló de 50 dólares por barril hasta alcanzar los 150, y luego volvió a bajar  hasta los 50 en que más o menos está; y que por lo demás se corresponde mejor  con el coste de producción. ¿A qué fue debida esta oscilación? Inicialmente la  subida del crudo se achacó a China; porque el automóvil se está extendiendo en  aquél país hasta las clases medias, como en España se extendió el seat 600 en  los años 60. Además se están popularizando coches muy antiguos, de gasolina,  sin catalizador, contaminantes (China tiene por ello un gran problema de  contaminación); por consiguiente consumen mucho petróleo. Pero la causa del  alza del petróleo, que triplicó su valor en seis meses, fue otra: fueron los  especuladores de Wall Street. Que, en lugar de comprar el petróleo necesario  para una empresa, para sus refinerías y gasolineras, compraron a futuro: cierta  producción pero comprometida para los próximos cinco o siete años (y eso que  sólo pagaban en efectivo los barriles que se llevaban en el acto). Luego, con  ese contrato plurianual mercadeaban en la bolsa, sacando beneficios a cambio de  asegurar crudo para años venideros. Es una fácil capitalización: la inclusión  del futuro; si uno tiene trabajo asegurado, una nómina, es más fácil conseguir  un crédito. Y entonces ¿por qué el precio del petróleo volvió a bajar? Pues  porque un especulador no pudo vender, o perdió dinero. Quizá simplemente porque  el presupuesto de adquisiciones de las empresas petrolíferas se había agotado,  ya que tenían sus almacenes llenos. Y si una operación financiera falla, la  siguiente está herida de muerte; hasta que el petróleo recupera su precio  normal.
  Presente o pasado se mudan por futuro. Pero resulta que  el dinero financiero, contable, es en cierto modo inverso al dinero monetario,  efectivo. Porque cuando uno trabaja un mes, le pagan su salario, y así puede  vivir el mes siguiente. Pero cuando uno financia algo, por ejemplo avala con su  nómina la compra de un coche, entonces con su trabajo futuro, y con su futuro  sueldo, dispone de un coche ya. Gasta un futuro para una realidad presente.  Algunas hipotecas americanas, que a punto estuvieron de llegar a España, eran a  cuarenta o más años, y estaban concebidas para que incluso cuando te murieras,  tus hijos decidieran si querían seguir con esa casa o renunciar y dejarla en  manos del banco. Un futuro quizás excesivo.
  El caso es que en la primera mitad del siglo veinte, la  gente ahorraba, acumulaba pasado, con la intención de dejar una pequeña  herencia a sus sucesores. No quería consumir innecesariamente. Cuando a mi  abuelo le dije que me iba a la calle a tomar un café, me respondió: ¿qué pasa,  es que no hay café en casa? Reprobaba lo que consideraba un consumo excesivo.  En cambio hoy, más bien, la gente se hipoteca y vive del futuro. Quiere vivir,  gozar de las cosas, ya, y él; mejor que posibilitar la buena vida de sus  herederos. Aunque lo cierto es que buena parte de los ricos que conocemos lo  son por sus predecesores (otros quizá por negocios, y otros por  circunstancias).
  El dinero financiero, digo, es una mudanza del futuro en  presente; con las finanzas conseguimos invertir el sentido del tiempo. Quizá no  tanto como ese túnel del tiempo que el hombre imagina a veces en la ficción: el  retorno hacia el pasado; pero sí la presentificación del futuro. No me explico  cómo, observando esto, algunos científicos siguen negando la causa final por no  comprender cómo el futuro puede incidir en el presente; quizá es que no tengan  ninguna letra.
IV. PRECIO Y  CONSUMO
  Pero volvamos al tema. El dinero media en ciertas  relaciones entre las personas: se paga a cambio de un bien o servicio. Hasta  tal punto, que esos bienes o servicios no valen nada fuera de la relación  interpersonal. Por llamativo que esto resulte, y por poco que lo tomemos en  cuenta, es tan claro como patente. El valor de una cosa –su valor económico,  claro está- no remite a lo que cuesta conseguir que exista, sino exclusivamente  a lo que los demás están dispuestos a pagar por ella.
  Ese hiperrealismo que considera que hay un valor en sí  mismo de las cosas, quizá lo que costó conseguirlas, no atiende a lo más  evidente: que siendo la compra-venta una relación entre personas, si nadie  quiere pagar por algo, ese algo no vale nada; o nada más que lo que alguien  quiera pagar por él.
  Esto es algo especialmente importante hoy, cuando valores  hipotecarios y financieros han decaído muy llamativamente. Las acciones de  algunos grandes bancos norteamericanos e ingleses se han devaluado un 80% en el  último año: ¡esto es una barbaridad! Realmente incomprensible; nos estamos  dejando llevar quizá de un pánico muy perjudicial (toda relación interpersonal  sucumbe si se establece sobre el miedo); o bien realmente nadie tiene dinero  –liquidez dicen- para comprar esas acciones y esperar a que recuperen su valor.  Pero es que no sólo son los bancos o las constructoras, sino que las diez  mayores fortunas del mundo han perdido mucho en el último año, alguna casi la  mitad de su valor. La bolsa española –y esto afecta a miles de accionistas, yo  conozco alguno- ha caído un 30 %. La crisis no sólo afecta a los pobres,  generando paro en la construcción, llevando a la quiebra a concesionarios  locales de automóvil, o a pequeños comercios; sino que afecta más a los más  ricos (creo que si no, no sería crisis). Puede sorprendernos la caída de los  grandes; pero no más que ver desaparecer esa famosa cafetería de la calle  Larios, la cosmopolita: se reduce a que si la gente no quiere tomar ahí café…  ¡qué le vamos a hacer!
  Con estos ejemplos quiero llamar su atención hacia el  hecho de que las cosas no valen por sí mismas, sino por lo que la gente con la  que intercambiamos las aprecia. Mi casa, aunque me haya costado 100.000 €, no  los vale; valdrá, dado el caso de que la ponga en venta, lo que quieran dar por  ella en ese momento. Yo tomé el otro día unos ganchitos, me parece que les  llaman -unas chucherías de maíz-, por los que pagué 25 céntimos. Desde luego,  nadie puede producir nada con tan poco dinero, y ese precio sólo se explica  porque producen una cantidad ingente de paquetes de ganchitos, para todos los  kioskos, de todas las calles, de todas las ciudades y pueblos. Pero no podrían  tener otro precio, porque los niños no pueden pagar lo que los ganchitos  eventualmente pudieran costar.
  Las cosas no valen por sí mismas, porque se insertan en  el intercambio económico entre personas. Esta inserción no es otra cosa que el  consumo.
  A veces se ha tachado a la actual sociedad de consumo de  inmoral, de materialista; de injusta, habiendo tanta pobreza en algunos lugares  del planeta. Pero el consumo tiene una dimensión objetiva, y no sólo la  vertiente subjetiva de la inmoderación individual con que con frecuencia lo  entendemos. Esa consideración objetiva dice que el dinero ha de circular como  motor de la economía, creador de riqueza y trabajo. La inmovilización del  dinero paraliza la actividad económica, rompe las relaciones interpersonales.  No sólo es que yo guarde dinero en un cajón, y así me enriquezca; es que, al no  usar el dinero, fracturo relaciones interpersonales posibles; por lo menos, de  momento. Por ejemplo, a veces se considera un lujo tomar un taxi, especialmente  si no hay prisa; sorprendente, cuando no se considera en cambio un lujo tener  un coche propio. Pero si no usamos el taxi, los taxistas no podrán vivir, o  vivirán mal; y serán caros; luego, no nos podremos extrañar de que con  frecuencia abusen, e intenten sacar algo más de lo que les corresponde. Las  cafeterías se cierran, los periódicos quiebran, los comercios despiden  empleados… pero nosotros: ¿tomábamos café en esas cafeterías?, ¿comprábamos  esos periódicos?, ¿adquiríamos algo en esos comercios? Hay un ministro que  pidió que compráramos productos españoles para beneficiar la economía nacional.  No sé si es preciso, pero se inscribe en esta consideración objetiva del  consumo que intento señalarles.
V. POLÍTICA Y ECONOMÍA
  En suma, he querido  decir que lo crítico es la libertad, porque la economía remite a la persona; ya  que el dinero es una entidad ideal para facilitar el intercambio, que da lugar  al consumo, y por eso el precio remite al comprador. En definitiva, la economía  remite a la libertad porque trata de relaciones personales. Y entonces, como el  gobierno de las personas es la política, lo que la economía necesita, por ser  liberal, por humana, es política económica.
  Dicen que esta  crisis que vivimos es la crisis del capitalismo, del modelo neoliberal que  imperó con Tatcher, Bush y Aznar. Pero yo veo lo contrario: que es la rendición  del estado al capital; que todos los gobiernos, socialistas o conservadores,  europeos y americanos, prestan sus servicios al capital, reconociendo su  necesidad para la buena marcha de las economías locales, y de la mundial. Pero  entonces no es la crisis del capitalismo, sino la crisis del estatalismo: que  se declara necesitado del capital. Nuestros gobernantes temen el paro, la  recesión, la inactividad económica; y rinden pleitesía al capitalismo incluso  apoyando con dineros públicos a empresas y bancos que hubieran quebrado sin ese  apoyo. No es más que una proyección de su habitual intervencionismo, tan fuera  de lugar normalmente que llama la atención que no se hayan dado cuenta de ello.  Como si las relaciones personales dependieran del arbitrio de los gobernantes.
  Si la economía trata  de relaciones personales, y si es la libertad lo crítico, entonces no necesita  tanto balances matemáticos, planes de estabilización o proyectos de inversión,  cuanto políticas adecuadas. Política es el convenir los futuros humanos, y su  falta –se me ocurre- es el gran detonante de la crisis financiera y económica  en que nos encontramos.
  Porque los estados  carecen en términos generales de política económica; o más bien la tienen: es  la de Alí Babá, el reparto del botín. De ese botín que son los impuestos, que  sustraen de los haberes de los ciudadanos sin contar con su voluntad, y luego  dedican a lo que quieren, por lo común con derroche e ineficiencia. La derecha  dedicará el botín a las obras públicas: jardines, acerado, etc. (Villalobos  llegó a la alcaldía de Málaga, y se puso a limpiarla; quiero pensar que porque  estaba sucia, no por ser mujer). En cambio, la izquierda, como tiene más  sensibilidad social, tiende a crear gabinetes de protección a las mujeres  maltratadas, servicios de atención a los inmigrantes, o a financiar el aborto  en hospitales públicos, o a lo que sea. Repartimos el botín de uno u otro modo.
  Pero reducir la  política económica a eso es pobre y triste; casi diría mezquino. La política  económica es la política empresarial, la que crea futuros; y no compete tanto a  los gobiernos cuanto a los empresarios y capitalistas. Ellos, las veinte  empresas más grandes del mundo, y no el G-20, son los que debían reunirse para  ver qué hacer ante la crisis. Hay 14 empresas norteamericanas que facturan más de  100 millones de dólares por año; y hay 21  bancos en el mundo con más de un billón (millón de millones) de dólares en  depósitos. Ellos deberían intervenir. Y, mientras no lo hagan, no saldremos de  la crisis.
  Las medidas tomadas por los estados, tan celebradas por los interesados (se  gastaron 300.000 dólares en una cena y orgía esos banqueros rescatados en  Norteamérica), son –en boca del venezolano Chavez- las mismas medicinas que están matando al enfermo.
Juan A. García González es doctor en filosofía y profesor titular de filosofía en la Universidad de Málaga.
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    Publicaciones recientes:
      -Y además. Delta, San Sebastián 2008.
      -Antropología y trascendencia. Universidad, Málaga 2008
      -La doctrina de Polo acerca de la luz  y su papel en el universo y para la vida. "Studia poliana" Pamplona  11 (2009) 61-93.
      -Conocimiento y libertad en el plano  operativo y en el plano existencial. "Themata" Sevilla 41  (2009) 483-9.
    
Líneas de investigación:
    Instituto  de estudios filosóficos Leonardo Polo
    Grupo  de investigación sobre el idealimso alemán: Schelling
    Pensamiento  de Levinas
    
Dirección postal:
    Departamento de filosofía.  Universidad de Málaga. Campus de Teatinos s/n 29071 MALAGA
Dirección virtual:
jagarciago@uma.es
Proceso de selección del trabajo:
    Solicitado: 1 de enero de 2009
    Recibido: 15 de abril de 2009
    Aceptado: 15 de abril de 2009
c. Claridades.
Revista de filosofía
ISSN: 1989-3787