Resumen: en este trabajo, tutorizado por el Dr. Juan José Padial Benticuaga, Paloma García Briones y María Benítez Hidalgo analizan dos vías distintas y opuestas en las que puede derivar la crisis de los valores: el nihilismo y el auge de la importancia de la afección subjetiva.
Claridades. Revista de Filosofía
    
Sumary: in this work, tutored by Ph.D. Juan José Padial Benticuaga, Paloma García Briones and María Benítez Hidalgo analyze two different and opposing ways in which the value crisis can derive: the nihilism and the boom of the importance of the subjective affection.
Nietzsche – Lewis –  afectos - vida – crisis
      Nietzsche – Lewis - affections -life - crises 
En primer lugar cabría plantearse qué es lo que entendemos cuando a nuestros oídos llega la palabra crisis. Si preguntásemos por ahí a la gente, con lo que nos encontramos es con respuestas del tipo: “es una ruptura”, “algo chungo”, “una cosa muy mala”.
      Pero, para saber lo que es en realidad, nos vamos al diccionario y según la Real Academia  Española, una crisis es: en un proceso, una mutación importante o situación en  la que es duda la continuación; o bien, la carencia o escasez, y, por  extensión, situación dificultosa o complicada.
      Etimológicamente, el término crisis, proviene del griego “κρίσις”, que significa juicio, elección,  terminación de un acontecer en un sentido o en otro. 
      En cualquier caso, vemos que es un concepto que plantea problemas, que abre  puertas para la reflexión, que se puede ir desentrañando llegando a algunas  conclusiones. Eso es lo que nos hemos propuesto en este trabajo. 
      En primer lugar hemos buscado algo común a todas las crisis, por ver si hay  algunas características que se den en todas las situaciones que calificamos  como críticas.
      Comenzaremos así por advertir que toda crisis es súbita, brusca, rápida.  Con esto no queremos decir que no haya situaciones anteriores que le vayan  preparando el  camino. Es más, cada  crisis viene precedida por una historia inestable o, más o menos, difusa, sin  la cual ésta no se produce. Eso si, este periodo de inestabilidad suele estar  imbuido en una crisis sin saber muy bien como hemos llegado a ella. 
      Por lo demás no tenemos por qué afirmar que una crisis es mala. Es decir, a  priori, no sabemos si será beneficiosa o perniciosa. Sólo hay que pensar en la  crisis de crecimiento, por ejemplo. Esto nos da ya algunas pistas sobre algo  que diremos después acerca de la indeterminación que se produce en el estado de  crisis. Pero antes, haremos un  último  análisis clasificando la crisis en individual, como por ejemplo la crisis  existencial, o colectiva, la cual calificamos de crisis históricas. Suponemos  que se puede haber muchas otras clasificaciones, dependiendo del tema o del  objeto que está en crisis, pero exponemos ésta porque nuestra intención es  centrarnos en la individual.  
      Las crisis individuales son aquellas que se dan en el sujeto y que afectan  a lo más profundo de sus creencias. Una crisis individual es la destrucción de  todo fundamento subjetivo, todo valor moral que para la persona es positivo  porque sobre ella basa lo más importante para sí. Hablamos de las acciones y de  las decisiones que un individuo toma a lo largo de su vida, en las que están  presentes de manera particular los valores, porque éstos son los que determinan  y construyen la  perspectiva que el  sujeto tiene del mundo en sí mismo.
      Al fallecimiento de los valores nos encontramos con la pena que radica en  la pérdida del sujeto, pena que puede tener dos salidas, ninguna de las dos más  o menos positiva una con respecto a la otra, tan solo son diferentes. Pero  ambas vienen a construir una perspectiva del mundo totalmente nueva y diferente  a las anteriores: darán al sujeto nuevos fundamentos, nuevas perspectivas de lo  que le rodea que le permitirán desarrollarse y salir de la crisis individual. 
      Llegados a este punto nos gustaría hablar sobre aquello en lo que se  centrará este estudio que estamos haciendo: los dos caminos que el sujeto en  crisis  puede tomar ante su situación y que  le ayudarán a establecer unos nuevos valores en su vida. 
      En primer lugar nos gustaría hablar sobre el nihilismo, como la  desvaloración del valor absoluto y poderoso sobre el que el individuo se ha  estado apoyando durante toda la historia de la humanidad.
      Como definición del nihilismo  podemos decir que es el proceso histórico de desvalorización progresiva de  aquellos valores supremos que han venido dominando en los distintos ámbitos de  la vida europea. El concepto nihilismo procede de la palabra latina “nihil” que  viene a designar la nada. 
      Y  ahora, hagamos la genealogía de  estos valores absolutos sobre los que el hombre ha estado apoyándose durante  todo este tiempo. Para ello debemos remontarnos a la antigua Grecia. Allí, el  antiguo platonismo declaraba la guerra a lo aparente, a lo relativo, a todo que  perteneciese a lo sensible y a lo temporal, estableciendo como verdadero las  ideas platónicas, situadas en el mundo inteligible y totalmente contrario al  mundo sensible donde reinaba el cambio. El mundo inteligible se establece como  verdadero y absoluto siendo digno de seguir todo lo relacionado con éste. 
      A partir de este momento el cristianismo toma como herencia las ideas  platónicas, las establece como dogmas a seguir. La humanidad ya no está  perdida, tiene como valores absolutos las mayores ideas que el hombre ha  engendrado, los mayores pilares de la vida que durante generaciones serán  heredados de padres a hijos.
      La cuestión que nos hacemos ahora es la siguiente: ¿qué ocurrió para que  esos valores se desvalorizasen?, ¿qué pasó en el pensamiento del hombre para  que dejase de creer en ellos?, ¿cuál fue el cambio?
      Nace de todo esto el pensamiento nihilista. Nietzsche, el primer nihilista  consumado de Europa, se propone reescribir la historia de Europa como un  arrasador movimiento de pérdida de sentido en el que se ven envueltos nuestros  valores más viejos y estimados. Proclama la muerte de Dios, proclama la caída  de los pilares absolutos. Los valores fallecen en la nada más profunda. Nace el  nihilismo europeo. 
      Ante la pérdida del valor, el hombre se cuestiona el porqué de su  existencia, el para qué de la vida, el para qué vivir si no hay ya valores  absolutos en los que apoyarse, si no hay una autoridad exterior que le dé  sentido a la vida. Todo queda reducido a la nada. Ya no hay Dios pero tampoco  hay metas y fines que perseguir, no hay sentido en nuestras acciones. 
      Así cita esto Nietzsche en uno de sus fragmentos póstumos 9 (55): 
                El nihilismo,  un estado normal. Nihilismo: falta de finalidad, falta la respuesta al por qué,  ¿Qué significa nihilismo? Que los valores supremos se desvalorizan. 
      Existen dos tipos de nihilismo: el nihilismo pasivo y el nihilismo activo.  Pues como cita Nietzsche en el fragmento 9 (60) de los fragmentos póstumos:
          El nihilismo como fenómeno normal puede ser un síntoma de  fuerza creciente o de creciente debilidad (...). 
      El nihilismo pasivo es la incapacidad del hombre de ponerse por sí mismo  fines y metas,  ante el hundimiento de  valores, que hasta ahora eran las metas del hombre, se busca un poder externo.  El hombre nihilista es desconfiado, incapaz de controlar la voluntad.
      El nihilismo activo, es lo contrario, hay demasiada potencia en el  espíritu, es el ser en sí mismo, aquí el hombre es que le da un sentido al  mundo, supone esto la anulación de ente en el mundo. 
      Pero como hemos hecho con los valores, ahora debemos remontarnos al origen  del nihilismo. 
      Los valores, al principio relativos se vuelven absolutos, estos se  convierten en jueces de la acción humana. Ésta es la visión que tendrán  Sócrates y Platón. El hombre, más tarde, descubrirá la ficción de estos  valores, la desilusión ante los fines y metas ilusorios. Esto lleva al hombre a  caer en: el fatalismo, ya no hay fines y, por lo tanto, nada importa;  o bien, caen en el pesimismo, negación de  valor a la vida. Palabras de Nietzsche del fragmento 9(60) son:
          Nihilista es el ser humano que juzga que el mundo tal y  como debe ser no debería ser y que el mundo tal y como debería ser no existe  (...). 
      Nietzsche concluye con que no hay verdad en sí porque nada tiene un sentido  por sí mismo, por ello el concepto de ser en sí no tiene sentido alguno. Todo  consiste en una perspectiva. Aquí se da el nacimiento del perfecto nihilista,  éste es la consecuencia necesaria de los ideales tradicionales. 
      Cuando el hombre se da cuenta de que aquellos valores son ficticios e  inaplicables a la vida y al mundo, pierden todo su valor. La existencia se retorna  en la nada. Como consecuencia de esto cabe preguntarse: ¿el conocimiento  verdadero de una realidad en sí es posible? Nietzsche no contestaría que no,  sino que éste conocimiento hay que entenderlo dentro de una arbitrariedad, no  como un fundamento. Por ello queda así negada cualquier verdad metafísica. La  decadencia es la exageración, la desproporción y la desarmonía de los fenómenos  normales, y no la aparición de nuevos elementos o factores. 
      Para terminar con esta visión, citamos un fragmento de la obra Cartas al  padre del escritor Franz Kafka, dice así: 
          En la mano no tengo nada, todo los pájaros están volando,  y sin embargo-así lo determinan las condiciones de la lucha y la miseria de la  vida- debo elegir esa nada.  
      A continuación, vamos a tratar la  crisis de valores desde una perspectiva que se aleja bastante de la nihilista.  Este nuevo punto de vista se da cuando la vida humana la entendemos como un  proyecto. El hombre se propone fines, se marca metas, se construye a sí mismo.  Actúa, y con su actuación, va modificando la realidad que le circunda, va  construyendo cosas externas. Pero no se queda sólo con eso. Al actuar, se  construye también a sí mismo. Su actuación repercute sobre sí, de tal manera  que en las personas se puede hablar de biografía.
      Esto es algo con lo que todo el mundo cuenta. Cada persona se ve con la  vida en sus manos. Y aquí entra la facultad humana de la libertad. Al hombre se  le presentan posibilidades y se encuentra en la tesitura de tener que elegir,  que tomar decisiones. Y, si la vida es un proyecto con infinidad de  posibilidades, el hombre se plantea una finalidad, busca un sentido, utiliza su  inteligencia para encontrar una guía y orientación sobre la cual encaminarse.
      El hombre no sólo vive su vida, sino que necesita orientarla y dirigirla.  El desenvolvimiento temporal del hombre necesita ser vivido teniendo en cuenta  unas bases estables en las que apoyarse. A estas bases son a las que llamamos  valores.
      Estos sistemas de referencia, o valores, no los reducimos solamente a  pautas de comportamiento, sino a creencias, a modos de ver la realidad, a leyes  que descubre nuestro conocimiento en el mundo. Y hay tantos como personas. Cada  uno tiene su propia perspectiva del mundo, su visión de la realidad, sus propias  creencias. Creencias que no tienen por qué ser las mismas a lo largo de toda la  vida, como veremos.
      Pues bien, la crisis de la que hablamos es precisamente la crisis de estas  creencias, la crisis de nuestros valores. Hay momentos en la vida en los que  nos damos cuenta de que nuestras ideas no se corresponden con la realidad, y a  esos momentos los llamamos “críticos”. ¿Qué ocurre entonces?
      Para responder a esta pregunta, vamos a echar mano de una obrita escrita  por Clive Staple Lewis llamada Una pena  en observación. Este filósofo y escritor irlandés, famoso por algunas de  sus obras, supo describir muy bien este tipo de crisis haciendo una reflexión  acerca de su estado interior tras la muerte de su esposa. Esta historia viene  reflejada en la película protagonizada por Anthony Hopkins titulada Tierras de penumbra.
      Resumiendo de mala manera, podemos decir que Lewis era un hombre que  parecía tener su vida en sus manos. Profesor de Oxford, se había rodeado de  gente que no alcanzaba su nivel intelectual y disfrutaba teniendo la última  palabra en las discusiones con alumnos y compañeros profesores. Tenía una idea  de la vida que encajaba a la perfección con su modo de vivir. Podríamos decir  que era perfectamente coherente con lo que decía y enseñaba. Tenía una razón para  todo, para lo bueno y para lo malo. En sus esquemas tenía cabida hasta lo que  carece de sentido para la mayoría de los hombres, como el dolor, el sufrimiento  y la muerte. En sus clases hablaba del dolor y del sufrimiento y los definía  como altavoces de los que Dios se sirve para despertar un mundo de sordos.
      ¿Qué pasó cuando entró en crisis tras la muerte de su esposa? Que se dio  cuenta de que no servían sus teorías para calmar ese dolor que sentía. No le  valía ese Dios del que hablaba en sus conferencias y clases, porque no lo  entendía. Y la idea que tenía de su propia fe se derrumba, junto con la que  tenía de su amor y del mundo. Es entonces cuando comienza a rellenar unos  cuadernos con sus pensamientos acerca de la situación.
      En ellos podemos destacar varios aspectos de los que trata, de una manera  circular, tocando los temas una y otra vez, sin llegar a conclusiones fijas.  Por un lado, hace una reflexión acerca de los sentimientos que merece la pena  no pasar de largo. Porque de lo primero que se da cuenta es de que la situación  le afecta, de que siente la pena, de que la siente como miedo, como dolor, pero  sea como sea, la siente. Y no le basta con una explicación del por qué de las  cosas cuando está sufriendo.
      Comienza entonces a darle importancia a los sentimientos. Hasta el punto de  que, haciendo referencia a las creencias de las que antes hablábamos, les da  importancia en dependencia precisamente de lo que nos afecten. No es lo mismo  que no sea cierta la idea que tengas de algo que te es indiferente a que lo que  se ponga en duda sea la idea de algo importante para ti. Por lo tanto, nuestras  ideas y creencias son importantes, sí, pero lo son porque nos afectan, porque  hacen referencia a cosas que nos impresionan e importan. Es importante, pues,  la afectación.
      Además, Lewis habla también de la relevancia de los sentimientos en cuanto  que intervienen en nuestros pensamientos. Así, dice que, en efecto, tenemos  incapacidad de ver las cosas con claridad y de pensar cuando las cosas nos  afectan demasiado. Quizá sea una característica de la crisis esta capacidad de  sentir que tiene el hombre. Si no fuéramos sensibles, si no fuéramos  susceptibles de ser afectados, la razón no se vería con tantas dudas para salir  de una situación de suspense, de incertidumbre.
      Porque Lewis califica las crisis precisamente como situaciones de  incertidumbre, de provisionalidad, de duda. Y es interesante su explicación de  cómo se llega a ese estado de confusión, pues Lewis llega a la conclusión de  que todas sus creencias son como un castillo de naipes que él ha ido  construyendo y que Dios le ha tirado por los suelos.
      Éste es otro de los temas importantes de los que trata reiterativamente a  lo largo de los cuadernos. Así, la madurez se va alcanzando a medida que van  cayendo los sucesivos castillos de naipes que vamos construyendo a lo largo de  la vida.
      Es ésta una realidad que en ocasiones ve como algo negativo, como una  condena, algo de lo que el hombre no puede escapar pero que no sirve para nada  en absoluto. En esos momentos, él mismo se describe como el niño que patalea,  porque se enrabieta con la realidad carente de sentido.
      Pero hay otros momentos en los que supera esta situación viéndola como algo  positivo. Diríamos que la realidad es algo inabarcable, superior a cualquier  idea que nos podamos hacer de ella. Pero no por ello rechaza una penetración  procesual en ella, en la que a veces se pierde o parece volver a lo mismo, y en  la que confluyen todos los elementos del conocimiento, incluidos los  sentimientos.
      De tal manera que hay en él una apertura hacia algo trascendente, a lo  desconocido. La realidad y su sentido es algo tan grande que el hombre al  afrontarlo se encuentra haciendo preguntas y planteándose problemas que en el  fondo no tienen sentido. Lewis pone como ejemplo las preguntas: “¿Cuántas horas  tiene una milla?” y “¿El amarillo es redondo o cuadrado?”
      La verdad es algo que el hombre busca pero demasiado grande para él. Algo  distinto a lo que espera, algo fuera de sus planes, algo que no está en sus  manos. Y esto es precisamente lo que Lewis descubre en su crisis, o más bien lo  que experimenta de modo especial, porque no hace falta descubrirlo, es algo que  se sabe. No todo está en manos del hombre. El hombre es capaz de descubrir lo  racional de la realidad, pero no por eso la dirige.
      De todas maneras, Lewis no se queda sólo en eso, sino que busca una manera  de vivir teniendo en cuenta esa incertidumbre. Porque es fácil vivir cuando se  tienen ideas que encajan con la realidad, pero no lo es nada cuando el castillo  de naipes está hundido, cuando se es consciente de que  las creencias que se tienen no abarcan la  realidad, no son la verdad, no lo explican todo, o por lo menos lo necesario en  un determinado momento.
¿Qué hay que hacer cuando los valores se tambalean? ¿Cómo actuar cuando falta un criterio, cuando se pierde la orientación? Lewis sólo esboza la respuesta, diciendo que lo que le ha servido a él para continuar hacia delante ha sido el amor. Habla del amor como asidero, como agarradero del hombre, una especie de salvaguarda de la actuación en esos momentos
    
Paloma García Briones y María José Benítez Hidalgo son estudiantes de filosofía en la Universidad de Málaga y han realizado este trabajo bajo la tutela del Doctor Juan José Padial Benticuaga, profesor asociado al departamento de filosofía de la Universidad de Málaga
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Dirección electrónica:
benitez_hidalgo@hotmail.com
Proceso de selección:
    Recibido: 16 de abril de 2009
    Revisado: 16 de abril de 2009
    Aceptado: 16 de abril de 2009
    Informado: -
c. Claridades.
Revista de filosofía
ISSN: 1989-3787