En la introducción En busca del ser, del libro El ser y la nada de Jean-Paul Sartre se investiga con profundidad el ámbito de la conciencia. A lo largo de esta introducción surgirán preguntas tales como: ¿es posible eliminar el dualismo entre fenómeno y noúmeno? ¿existe una verdadera unidad entre la apariencia y la esencia del fenómeno y, a su vez, entre el hecho de conocer dicho fenómeno? ¿Qué es antes, el fenómeno del ser o el ser del fenómeno? ¿Es lo mismo esencia que ser? ¿Qué significado tiene el ser del percipi? ¿Cuál es el verdadero soporte de la conciencia? Y otras muchas cuestiones ontológicas.
Aunque estas preguntas ya han surgido con anterioridad en otras muchas obras filosóficas, Sartre vuelve a plantearse estos problemas ontológicos para intentar darles un nuevo giro y encontrar nuevas soluciones que aclaren estos interrogantes.

Palabras clave:
Conciencia, Fenómeno, Finito e Infinito, Prerreflexión.

In The Pursuit of Being, the introduction of Being and Nothingness by Jean-Paul Sartre, it is investigated in depth the field of consciousness. Along this introduction will arise questions such as: Is it possible to eliminate the dualism between phenomenon and noumenon? Does some real unity exist between the appearance and the essence of the phenomenon and, in turn, between the fact of knowing the above mentioned phenomenon? Is it before the phenomenon of being or the being of the phenomenon? Is it the same essence that being? What is the meaning of the percipi's being? What is the real medium of consciousness? And many other ontological questions.
Though these questions already have arisen previously in many other philosophical works, Sartre returns to raise these ontological problems to try to give them a new draft and to find new solutions that clarify them.

Keywords:
Consciencie, Phenomenon, Finite & Infinite, Pre-reflection





Según palabras de Sartre en su obra "El ser y la nada", el pensamiento moderno ha intentado suprimir, con cierto éxito, en el campo de la fenomenología, la diferencia entre lo interior y lo exterior. Esta supresión de la concepción del fenómeno dio lugar a un equilibrio o equivalencia natural entre ambas realidades, constituyendo al fenómeno como lo que verdaderamente ha sido siempre, un absolutamente indicativo de sí mismo.
Según esta interpretación monista de la fenomenología, tanto la potencia y el acto como, por otra parte, la apariencia y la esencia se reducen a un solo momento real: el fenómeno tal y como se manifiesta ante nosotros. De este modo, el acto no oculta a la potencia, ni la apariencia a la esencia, sino que, por el contrario, se manifiestan mutuamente quedando reducidas tan sólo a una parte que da presencia y realidad al fenómeno en sí mismo.
Con esta conciencia nueva del fenómeno, ¿significa que se ha conseguido eliminar de forma permanente el dualismo al reducir lo existente a sus manifestaciones? Según Sartre, no hay que olvidar que el fenómeno está en un continuo movimiento, pues se encuentra ubicado en un espacio y tiempo determinado. Su posición en la realidad hace que su aparente finitud, se convierta en una infinitud de manifestaciones que se superponen al propio fenómeno, con lo que de nuevo se está abriendo paso a un nuevo dualismo fenomenológico.
Como textualmente dice Sartre, "Así, la aparición, que es finita, se indica a sí misma en su finitud, pero exige a la vez, para ser captada como aparición-de-lo-que-aparece, ser trascendencia hasta el infinito." (1)
Curiosamente en esta nueva dualidad finito-infinito, reaparece otra vez cierta potencia que torna habitar el fenómeno confiriéndole su propia trascendencia, es decir, la potencia desarrolla en el fenómeno una serie de apariciones reales y también posibles.
Hasta el momento, según lo presentado por Sartre, el fenómeno es un cúmulo de manifestaciones que, aunque intentemos organizarlas y determinarlas en unidad, vuelven a separarse para dar lugar al fenómeno. Consecuentemente surge una pregunta que aún complica un poco más la situación de la conciencia frente al fenómeno: ¿qué es lo que da ser a las manifestaciones que constituyen el fenómeno en sí mismo?
O si se quiere, ¿es lo mismo el fenómeno del ser que el ser del fenómeno, es decir, el ser que se me devela y me aparece es de la misma naturaleza que el ser de los existentes que me aparecen? Desde mi punto de vista personal esta pregunta se resumiría en: ¿es lo mismo la esencia que el ser?
Para Sartre está claro que se debe establecer la relación exacta que existe entre el ser de los existentes y el ser de lo aparecido. Según manifiesta, el fenómeno no posee el ser, aunque el ser haya poseído al fenómeno, pues es imposible definir el ser como una presencia, dado que la ausencia también desvela de alguna manera al ser. El ser, al igual que la esencia, no se encuentra en el objeto, sino que es el sentido de dicho objeto, o si se quiere, la razón de la serie de apariciones que desvelan al fenómeno en cuestión. Así pues, el ser permanece como la condición de todo desvelamiento: ser para desvelar. Esta condición no implica que el ser del fenómeno se encuentre escondido tras el fenómeno del ser, sino que por el contrario, el ser del fenómeno aunque coextensivo al fenómeno escapa de su condición fenoménica, fundando y desbordando el conocimiento que de él se tiene, es decir, de su conocimiento como fenómeno exterior.
Pasemos ahora la limitación del fenómeno del ser al nivel de la conciencia, partiendo de la premisa que establece que el fenómeno es tal como aparece. La conciencia, como el fenómeno, es en tanto que es y no en tanto que es conocido. En otras palabras, tanto la conciencia como el fenómeno son sin necesidad de ser conocidos, pero a diferencia del fenómeno, la conciencia sólo puede ser cognoscente si es conciencia de algo y a su vez de sí, es decir, si su es se funda en algo exterior a ella y en ella misma, dado que en sí no tiene contenido alguno. Por ello, la conciencia es mucho más que un conocimiento vuelto sobre sí, aunque esté estado sea condición indispensable para su conocimiento, pues depende de la exterioridad para poder ser lo que es: conciencia. Dicho de otro modo, todo cuanto hay de intención en mi conciencia actual está dirigido hacia lo exterior (incluso el conocimiento de sí mismo es también un conocimiento exterior para mi conciencia, es decir, la subjetividad también es exterioridad).
La conciencia ha sido definida por Spinoza, como un conocimiento de conocimiento. Esto es, en definitiva, la definición de reflexión, o si se quiere, el conocimiento de la conciencia. Esta forma de definición de la conciencia nos atrapa en un dilema muy difícil de resolver: Si aceptamos la ley del par cognoscente-conocido, será necesario un tercer término para que el cognoscente se conozca a su vez, si encontramos este tercer término será completamente necesario un cuarto término que también a su vez se pueda llegar a conocer, y de esta forma terminamos en una espiral que se dirige al infinito. La única solución, según Sartre, para evitar esta regresión al infinito por un momento, sería la de considerar la conciencia sin esa dualidad objeto-sujeto, es decir, en este plano la relación de la conciencia consigo misma sería inmediata y no cognitiva.
Esta manera de aceptar la conciencia remite a esa forma directa de relación entre la conciencia y lo exterior, ya se apuntó anteriormente, la conciencia es conciencia porque apunta a lo exterior, sino no puede ser conciencia, pues está vacía de contenido alguno, por eso, en la conciencia espontánea, en su acto de conocer no es consciente de sí, sino sólo de lo que se presenta en el exterior, haciéndole ser conciencia por dirigirse a ello, de esta manera, la espiral hacia lo infinito se derrumba momentáneamente, dando lugar a una conciencia basada en la espontaneidad.
Todo esto nos puede llevar a formular una pregunta que tal vez se debiese haber hecho al principio de este artículo: ¿Cuál es el origen y sustento de la conciencia?
Decíamos que el fenómeno es fenómeno porque es apariencia, sin dicha apariencia el fenómeno no sería nunca fenómeno, su acto de ser es el que le da realidad. Algo parecido, según manifiesta Sartre, ocurre con la conciencia. La conciencia es conciencia en su aparecer, necesita aparecer para ser conciencia y, por otro lado, también necesita del aparecer de lo otro para poder aparecer ante lo otro. En otras palabras, la conciencia es imposible antes de ser, su ser es la fuente y condición de toda su posibilidad de existencia, con lo que su existencia implica su esencia. O sea, la conciencia es una plenitud de existencia, existe por sí. Esto no significa que la conciencia surja de la nada, dado que no puede haber una nada de conciencia antes de la conciencia. Así pues, la conciencia es anterior a la nada y se saca del ser. Es anterior a la nada porque para que haya una nada de conciencia debe haber habido primero una conciencia que haya cesado de ser conciencia, este cese es lo que da paso a la nada de conciencia.
Por otra parte es una paradoja pensar que la conciencia aún dependiendo de su existencia para poder llegar a ser conciencia se pueda considerar un absoluto. Me explico, según lo planteado hasta ahora por Sartre, la conciencia es apariencia, pero no es sustancia. Es pura apariencia en el sentido de que no existe sino en la medida en que aparece, precisamente por ser pura apariencia y por tanto, vacío total es posible considerarla absoluto.
Curiosamente, considerar la conciencia como un absoluto, remite irremediablemente a la necesidad de encontrar un ser que no sea apariencia, un ser quien funde todas las apariciones. Este ser que se ha de encontrar no es el ser del idealismo, el cual es medido por el conocimiento, el ser al que se refiere Sartre es un ser que va más allá del conocimiento, es un ser que escapa a éste, y que escapando de él (conocimiento) lo funda.
Lo que sí es indudable, es que la conciencia es siempre conciencia de algo. Esta definición de conciencia se puede entender de dos maneras: Que la conciencia es constitutiva del ser del objeto, o que la conciencia es su naturaleza más profunda y trascendente. Si analizamos dichas definiciones se puede comprobar como se eliminan mutuamente, porque ser consciente de algo es estar frente a una presencia plena y concreta que no es la conciencia. Aunque no hay que negar que se puede tener conciencia de una ausencia, a pesar de que ésta esté fundada en un exterior concreto.
Otra definición posible de conciencia es la que nos proporciona Hussserl que la define como una trascendencia. Con lo que está haciendo de la trascendencia algo constitutivo de la conciencia, en otras palabras, la conciencia surge apuntando a un ser que no es ella misma (esto se denomina prueba ontológica). Decir que la conciencia es conciencia de algo es decir que debe producirse como revelación- revelada de un ser (yo añadiría conciente o no de sí) que no es ella misma y que se da como ya existente cuando ella lo revela. En definitiva, la conciencia es un ser para el cual en su ser está en cuestión su ser en tanto que este ser implica un ser diferente de él mismo.
Pero volvamos a la búsqueda del ser del fenómeno, que tal vez sea diferente al ser de la conciencia, a pesar de la unión y a la vez separación que existe entre la conciencia y el fenómeno. Resumiendo prácticamente todo lo dicho hasta el momento: la conciencia es revelación-revelada de los existentes, y los existentes comparecen ante la conciencia sobre el fundamento del ser que les es propio. Curiosamente la característica del ser de un existente es la de no develarse así mismo a la conciencia, no hay que olvidar que el ser es el fundamento siempre presente del existente, estando en él doquiera y en ninguna parte. A partir de aquí podemos preguntarnos: ¿cuál es la naturaleza del ser del fenómeno?
Según manifiesta Sartre, desde el punto de vista del creacionismo, Dios ha creado el ser del mundo y, por tanto, el ser del mundo es pasivo ante su creador. Esto significa que recibe de éste su existencia y con ello su pasividad y conlleva al ser a no poder crear nada objetivo, pues él ya es en sí objetividad a causa de su pasividad. Por ello, hay que pensar que si el ser existe frente a Dios, debe ser su propio soporte y no conservando el menor vestigio de creación divina, es decir, el ser en sí sería inexplicable mediante la creación, dado que asume su ser más allá de dicha creación. En otras palabras, pensar esto es pensar que el ser es increado (según mi perspectiva personal, esto conlleva a confundir al ser con Dios, pues tan sólo Dios es increado, no pueden existir dos causas de causas) y que se crea a sí mismo por lo que se concluye que es anterior a sí. Según prosigue Sartre, el ser en sí no es causa de sí mismo como lo es la conciencia (poder reflexivo), por lo que no es actividad ni tampoco pasividad. El ser en sí, está por encima de lo negativo de lo positivo, de lo activo o pasivo, pues aunque él funda lo que existe, lo fundado no está en él mismo, no es relación consigo. El ser es en sí, y por tanto no remite a una identidad, como lo hace la conciencia, sólo es lo que es, sin más, indefinible y opaco a sí mismo porque está lleno de sí mismo y a su vez está completamente vacío de sí.
Es macizo, no conoce el principio ni el final, tampoco la alteridad, pues no se conoce como otro distinto a él, pero tampoco es unidad, porque es origen de lo múltiple. Tampoco es temporal, pues ha sido, es y será en un mismo momento atemporal. El lo es todo, pero también es nada, pues no puede ser jamás derivado de otro ser ni en acto ni en potencia, con lo que no es posibilidad de lo posible, esto es lo que se denomina contingencia del ser en sí. Tampoco es posible ni imposible, tan sólo y milagrosamente es.
CITAS:

1. Jean-Paul Sartre. El ser y la nada. Barcelona: Eunsa; 1993. p- 17

c. Claridades. Revista de filosofía.
ISSN: 1989-3787

Cristina Rodríguez Blanco
Universidad de Málaga
EL SER Y LA NADA