"676. Pero aunque yo no pueda equivocarme en casos así, ¿no es posible que esté narcotizado? Si lo estoy y si el narcótico me priva de la conciencia, entonces, realmente, no soy yo quien está hablando y pensando. Quien dice en sueños "estoy soñando", aunque lo diga hablando en voz alta, no tiene razón, igual que tampoco la tiene quien dice en sueños "está lloviendo"mientras efectivamente está lloviendo. Aun cuando su sueño realmente guarde una conexión con el ruido de la lluvia."
(Ludwig Wittgenstein, Sobre la certeza)


De entrada, una confesión. Con Ludwig Wittgenstein me había sucedido lo mismo que con Leonardo Polo: que la detestable proliferación de imitadores, emuladores, apropiadores y albaceas autodesignados me había hecho aborrecer a los originales. Cuando me llegaron sendas oleadas, a Polo ya lo había leído bastante, o al menos lo suficiente, pero a Wittgenstein apenas. En esas condiciones, no era probable que yo leyera al vienés de manera sistemática y ni siquiera intensa. A Wittgenstein yo sólo podía llegar de forma azarosa y circunstancial. Y así leí sus últimas palabras, su último párrafo, que escribió el 27 de abril de 1951, día y medio antes de morir, y que ahora cierra el volumen recopilatorio que sus editores titularon "Sobre la certeza". Así cacé al vuelo este párrafo, precisamente por ser el último, igual que cuando espantamos con la mano la bandada de moscas que nos molesta siempre le atizamos a la última. Cuando queremos hacernos una idea general de un libro filosófico sin invertir mucho tiempo tendemos a leer directamente el final, para luego, si ese final aviva nuestro interés, ir leyendo los párrafos sucesivos de atrás adelante.
Aparte de la poesía que encierra que las últimas palabras que un hombre escribe con su mano antes de morir hablen de sueños de lluvia y del ruido de la lluvia ahí afuera, como una última percepción que el moribundo se lleva consigo de este mundo al partir para siempre, del párrafo me impresionó en el acto la reflexión sobre el hecho de que una única y misma frase, según quién la diga, en un caso es verdadera y en otro no. Todos los que hemos pasado por la Universidad hemos tenido la experiencia de que al leer por ejemplo a Hegel hemos encontrado en sus textos sentido, hondura, lucidez y quizá hasta verdad, mientras que cuando sus mismas frases, exactamente con las mismas palabras, las escuchábamos en boca del profesor de turno, nos resultaban hueras, triviales, ridículas y falsas. No me refiero sólo al profesor que habla en estilo indirecto, repitiendo en tercera persona lo que Hegel dijo, sino al profesor que realmente cree en lo que está diciendo. ¿Por qué, por ejemplo, la misma frase "la verdad es el todo" dicha por Hegel es una revelación, y dicha por el profesor de turno es una payasada, y tanto más cuanto más convencido está de la verdad de esas palabras? En el último párrafo de Wittgenstein, esta reflexión se afila llevando el ejemplo a una situación extrema: "llueve", una mera constatación fáctica, dicha por dos personas que están una junto a otra, una sola palabra pronunciada en el mismo lugar y al mismo tiempo y referida a la misma lluvia externa, en un caso es verdad y en otro no, o como dice exactamente el texto: diciendo la misma palabra en relación con la misma realidad, uno tiene razón y otro no.
Así, cuando lo leí al azar, lo primero que ese último párrafo despertó al instante en mí fue la evocación de mis propias reflexiones sobre la enseñanza universitaria. Cuando, sobreponiéndome a mi propia inclinación a evocar, me detuve a considerar si el párrafo de Wittgenstein, en sí mismo, es cierto o no, pensé que eso no se puede resolver de forma unívoca, sino que depende. ¿Depende de qué? El párrafo no es unívoco, sino que encierra un punto de equivocidad a causa del cual el texto permite dos sentidos posibles, según uno de los cuales Wittgenstein tiene razón, y según el otro no. Dice el vienés: "Quien dice en sueños "está lloviendo" mientras efectivamente está lloviendo, no tiene razón", y luego aclara que no la tiene aunque el ruido de la lluvia sea causa inconsciente del sueño. Pues bien, ¿es verdad que el durmiente no tiene razón cuando dice "llueve"? Depende. ¿De qué? De si está hablando de la lluvia real o de la lluvia soñada, pues no sólo cabe suponer, sino que es forzoso suponer, que cuando el durmiente dice "llueve" no está hablando de la lluvia que hace ruido ahí afuera y que mecánica e inconscientemente es causa de su sueño, sino de la lluvia que él ve en su sueño, un sueño al cual no puede asistir el despierto que escucha de boca del durmiente la palabra: "llueve".
Entonces, si pensamos el párrafo de Wittgenstein, tendremos que considerar las dos interpretaciones posibles.
Si partimos del primer supuesto, de que el durmiente habla de la lluvia real que hace ruido ahí fuera, diremos con Wittgenstein que el durmiente no tiene razón, pero para poder decir eso tendremos que distinguir estas tres cosas: decir algo cierto, tener razón y decir una verdad. Pues es posible decir algo cierto, es decir, acertar, sin tener razón y sin estar diciendo una verdad, igual que es posible decir una verdad sin estar diciendo nada cierto, y que es posible tener razón sin estar diciendo una verdad. En el ejemplo de Wittgenstein, "llueve" es una frase cierta, porque de hecho está lloviendo, pero el durmiente no puede tener razón porque no se da cuenta de lo que dice. El párrafo lo dice así: "privado de la conciencia, no soy yo quien está hablando y pensando".
Si partimos del segundo supuesto, de que el durmiente está hablando de la lluvia soñada, tendremos que decir frente a Wittgenstein que el durmiente sí tiene razón, pero para poder decir eso tendremos que distinguir estas tres cosas: explicación, descripción, revelación. ¿No nos recuerda ya esto a la célebre distinción entre decir y mostrar? Una explicación es una aportación de factores que no aparecen para hacer ver lo que, apareciendo, aún no se ve. Una descripción es una duplicación en un soporte distinto. Wittgenstein la llama en alemán Bild y en inglés picture. Es una paralela (de dos líneas paralelas, cada una es una descripción de la otra) trazada con una regla desplazada sobre una base recta fija que es la mismidad de lo que Wittgenstein llama "forma lógica" (pero tendremos que pensar si la noción de "forma lógica" realmente resuelve un problema o se limita a nombrarlo de una forma nueva). Una revelación es una manifestación. Aquí no hay duplicación ni paralelismo. La revelación es la aparición misma. Aparecer es hacerse ver, y del ver toma su nombre la evidencia. Ciertamente, unas palabras pueden ser una revelación si traen ante nosotros aquello mismo de lo que hablan, o si nos transportan ante la presencia de ello. Así, unas palabras reveladoras nos hacen comparecer a una manifestación cuya asistencia inicialmente se nos había vedado. El durmiente, hablando en voz alta, no explica ni describe su sueño: no tener conciencia de estar hablando le incapacita para toda duplicación y desdoblamiento. Nos lo revela. Pero entonces, ¿resultará aún que gracias a palabras reveladoras sí podemos asistir pese a todo a sueños ajenos?
Después, tendremos que pensar si hay una correspondencia de la primera diferencia entre acertar, tener razón y decir una verdad, con la segunda diferencia entre describir, explicar y revelar.
Hablando de la lluvia soñada, sabemos que el durmiente tiene razón porque su situación no es la de quien no se da cuenta de lo que dice -como sugiere el texto-, sino la de quien no se da cuenta de que lo está diciendo. ¿Cuál es la diferencia entre no darse cuenta de lo que se dice, y no darse cuenta de que se lo está diciendo?
No darse cuenta de que uno lo está diciendo es la situación del durmiente en el ejemplo de Wittgenstein. También es la situación de quien va hablando solo por la calle. ¿Pero no es también la situación del hipnotizado, o la del médium que está en trance durante la sesión de espiritismo, o la del oráculo? ¿Y no se atribuye una verdad peculiar, es más, una verdad eminente, profética, visionaria, al hipnotizado, al médium y al oráculo, precisamente porque no tienen conciencia de estar hablando?
Si ahora comparamos ambas interpretaciones y si nos imaginamos como un dispositivo no el darse cuenta de lo que se está diciendo, sino el darse cuenta de que se lo está diciendo, si nos lo imaginamos como un dispositivo que a veces está activado y a veces no, ¿por qué en el primer caso la causa de que el durmiente no tenga razón era que el dispositivo estaba desconectado, mientras que, en el segundo caso, precisamente que ese dispositivo está desconectado es lo que no sólo garantiza la verdad de lo dicho, sino lo que además reviste a esa verdad de la dignidad de lo visionario y lo superior? ¿Es que Wittgenstein no ha pensado sobre los trances?
Sí, sí que ha pensado. La prueba son unos párrafos de Sobre la certeza, no exentos de comicidad si nos representamos la situación, donde se viene a hablar del trance:

"464. Mi dificultad también se puede demostrar así: estoy sentado charlando con un amigo. De pronto digo: "Todo este rato ya sabía que tú eres N. N." ¿Esto es sólo un comentario superfluo, aunque verdadero?
A mí me parece que estas palabras serían similares a un "¡hola!" que uno le soltara a otro en mitad de una conversación.
465. ¿Qué pasaría con las palabras: "Hoy se sabe que hay tantas clases de insectos", en lugar de las palabras: "Sé que eso esto es un árbol"? Si uno dijera esta frase de repente, fuera de todo contexto, cabría pensar que entre tanto ha estado pensando en otra cosa y que ahora pronuncia en voz alta una frase de su razonamiento. O bien que está en trance y que habla sin entender sus palabras."

Wittgenstein define la situación de trance como "no entender las palabras que uno mismo pronuncia". ¿Pero realmente esa definición es certera? "El que habla sin entender sus palabras", más que el médium, ¿no es aquel profesor que, prematuramente emocionado, repetía haciendo suya la frase "la verdad es el todo", encima sin darse cuenta de que no la entiende sino convencido de todo lo contrario? ¿Realmente nos es bien clara la diferencia entre lo que entendemos y lo que no entendemos? ¿Todo significa sólo en función de juegos de lenguaje bien o mal usados? Y volviendo a nuestro caso, ¿no hemos dicho que lo que caracteriza al médium no es no darse cuenta de lo que dice, sino no darse cuenta de que lo está diciendo? ¿Es posible que Wittgenstein haya entendido mal qué es un trance? Desde luego, siempre es posible que Wittgenstein, o cualquier otro filósofo, haya entendido mal algo. Pero más posible es que lo hayamos entendido mal nosotros, que no pasamos de ser sin excepción aficionados mediocres bienintencionados. ¿O no sucederá quizá que Wittgenstein, más que haber entendido mal el trance, simplemente parte de una noción de la conciencia desde la cual todo nivel de inconsciencia -uno de los cuales es, justamente, el trance-, más que poder ser malentendido, simplemente resulta eliminado de entrada, descalificado por incompatibilidad absoluta con toda forma de lucidez?
Una conciencia que excluye de sí por incompatible toda forma de inconsciencia cabría llamarla conciencia entera. "Privado de la conciencia, no soy yo quien está hablando y pensando." Pero aun privado de la conciencia, ¿acaso no soy yo quien está soñando? ¿Acaso mis sueños no son los míos? ¿Hay algo más mío que mis sueños? ¿Quién no encierra en su corazón un enamoramiento secreto por amantes sin rostro que sólo nos visitan en sueños? ¿Cómo soy yo un yo que sueña? ¿Quién soy yo que sueño? Y si entonces digo: "estoy soñando", ¿por qué no he de tener razón, y tanto más cuanto que no me doy cuenta de que lo estoy diciendo? Frente a la conciencia entera cabe la conciencia no entera: bien porque está dispersa, es decir, distraída; bien porque va por partes, es decir, porque es sintética; bien porque está desconcentrada, es decir, adormecida o fatigada; o bien porque no está hecha aún del todo, es decir, porque es inmadura. Pero frente a la conciencia entera también cabe que lo entero no sea la conciencia, sino un más allá, que al mismo será un más acá, de la diferencia entre conciencia e inconsciente, entre presencia y falta. Tendremos que pensar cómo concibe Wittgenstein la conciencia, y si son posibles otras maneras de concebirla, si son admisibles otros modos de la conciencia que den una validez de verdad, de certeza y de razón, que den un derecho a la lucidez, a los niveles progresivamente más intensos de inconsciencia: la evocación, la ensoñación, la embriaguez, el delirio, la enajenación, el sueño, el trance, la hipnosis, el letargo y, finalmente, la muerte.
Hubo otra alma cavilante, reflexiva e introspectiva hasta lo enfermizo y la consumición, que bautizó como "analítica" sus propios procesos de razonamiento y que también ha sido celebrada siempre como una prodigiosa mente analítica. Nos ofrece otro estilo de análisis que -a diferencia del de Wittgenstein- no dejó escuela ni imitadores, pero que sí cosechó admiración, y aún algo más, algo que los seguidores del vienés, y cualesquiera otros, jamás fueron ni serán capaces de dar: reverencia (pues lo propio del seguidor confeso es su contrario: la arrogancia, aunque a veces, proyectada sustitutoriamente al maestro, se haga pasar en uno mismo por una humildad efectiva respecto de él). La lectura de un párrafo suyo y su comparación con el del vienés nos hacen ver que son posibles al menos estas dos concepciones de la conciencia, que a su vez permiten desarrollar dos estilos analíticos que, compartiendo unos puntos comunes, no pueden ser más dispares en otros. Esto escribe uno: "si el narcótico me priva de la conciencia"; y esto escribe el otro: "Aquel que nunca se ha desmayado [...] no contemplará, flotando en el aire, las melancólicas visiones que la mayoría de los hombres no es capaz de ver." En nuestro contexto, releyendo y comparando ambos párrafos aprendemos que son posibles varias analíticas.

"En el más profundo letargo, en el delirio, en el desmayo, ¡hasta en la muerte, hasta en la misma tumba!, no todo se pierde. De otro modo, no existiría la inmortalidad para el hombre. Cuando surgimos del más profundo de los letargos, rompemos la tela sutil de algún sueño. Y sin embargo, un poco más tarde -tan frágil puede haber sido aquella tela-, no recordamos haber soñado. Cuando volvemos a la vida después de un desmayo, pasamos por dos momentos: primero, el del sentimiento de la existencia mental o espiritual; segundo, el del sentimiento de la existencia física. Es probable que si al llegar al segundo momento pudiéramos recordar las impresiones del primero, éstas contendrían multitud de recuerdos del abismo que se abre más atrás. Y ese abismo, ¿qué es? ¿Cómo distinguir, por lo menos, sus sombras de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado el primer momento no pueden ser recordadas por un acto de la voluntad, ¿no se presentan inesperadamente después de un largo intervalo, mientras nos maravillamos preguntándonos de dónde proceden? Aquel que nunca se ha desmayado, no descubrirá extraños palacios y caras fantásticamente familiares en las brasas del carbón; no contemplará, flotando en el aire, las melancólicas visiones que la mayoría de los hombres no es capaz de ver; no meditará mientras respira el perfume de una nueva flor; no sentirá exaltarse su mente ante el sentido de una cadencia musical que jamás antes había llamado su atención."
(Edgar Allan Poe, "El pozo y el péndulo")
CITAS:

c. Claridades. Revista de filosofía.
ISSN: 1989-3787

Alberto Ciria
Instituto Lauth
LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE WITTGENSTEIN. UNA COLABORACIÓN A LA COLABORACIÓN DE EVA PARRA Y EN DEUDA CON ELLA (PROGRAMA DE UN ARTÍCULO)